Han pasado ya dos días y sigo dando vueltas a lo que sucedió el sábado por la noche en Palamós. Cualquiera de nosotros hubiera podido encontrar un titular para explicar una debacle sin parangón en la historia del Real Zaragoza: deshonra, deshonor, vergüenza, afrenta, oprobio, ultraje. Un sinfín de calificativos que, todos unidos, no alcanzan para definir lo que vivimos los aficionados zaragocistas. Es paradójico: la del sábado fue una noche para olvidar que, sin embargo, vamos a recordar siempre.
Hoy ya todo me da igual. Estamos
fuera de la promoción. Seguiremos un año más en Segunda. Me da igual quién jugó
en el pequeño estadio municipal de Palamós. Me da igual quién era el entrenador
del Zaragoza. Me da igual si hubo jugadores que se borraron del partido y si
otros no aparecieron pese a encontrarse sobre el terreno de juego. Hoy todo me
da igual, porque el mal ya está hecho.
Ha sido una temporada larga.
Cuarenta y dos partidos que, siendo realistas, ponen a cada uno en su sitio. El
Real Zaragoza ha sido peor que siete equipos. Hemos soñado con el ascenso
directo. Cuando se esfumó esta posibilidad, todos nos aferramos a la promoción.
Pero una liga, un ascenso o una permanencia no se conquistan en un solo
partido. El último es solo uno más de todos los que componen el calendario de
competición. Y ahora recuerdo el gol del Huesca en La Romareda en el minuto 93.
Y el 2 a 0 que levanta el Numancia en la primera vuelta. Y la derrota de Oviedo
(1-0). Y el infame partido de Almería (2-1). Y el que ganamos al Albacete en el
descuento (1-0). Y la goleada encajada ante el Girona (0-3).
Lo de Palamós se veía venir: la
segunda parte de Huesca no fue un espejismo. El deprimente encuentro frente al
Oviedo fue el enésimo en el que el Zaragoza era incapaz de dominar, de
controlar el tempo de juego, de gobernar el choque ante un rival herido de
muerte. Sí, la ilusión por el ascenso no nos permitió apreciar que lo de
Palamós se veía venir. Nunca imaginamos una derrota tan severa. Ni se esperaba,
como tampoco se esperaba una falta de actitud tan grande por parte de un grupo
que se podía estar jugando no solo el futuro de la entidad, sino también el
suyo propio.
El problema para el Zaragoza,
para Carreras y para los futbolistas que hicieron el ridículo sobre el terreno
de juego es que esa derrota llegó en la última jornada, cuando ya nada tenía
solución. El Zaragoza no fue un equipo, sino una banda. Pero no menos que otras
veces. Si lo de Palamós hubiese pasado a falta de cinco o seis jornadas,
Carreras hubiese sido despedido. Si el Oviedo hubiese empatado en el descuento
una jornada antes, posiblemente el Zaragoza hubiera ganado en Palamós. Pero las
cosas suceden cuando tienen que suceder. Y los jugadores no estuvieron a la
altura en un partido en el que tenían que haberse dejado la piel y el alma. Y a
la Llagostera le salió todo. Un tal Querol, que solo había marcado un gol en
todo el campeonato, mete cuatro de una tacada. Con el 1-0, los de Carreras
pierden el sitio y ya no fueron capaces de recuperarlo. El Zaragoza echó en
falta que apareciera algún jugador inteligente que hablara con sus compañeros,
que les preguntara qué estaban haciendo. Faltaron ganas. Faltó garra. Faltó
sangre para morir matando. Pensamos que la Llagostera no haría nada. Y no hizo
mucho. Solo lo que tenía que hacer. Salir a jugar al fútbol, pese a que ya
estaba descendido. Solo una cosa hizo el Zaragoza, y muy bien, por cierto: el
ridículo. Y la Llagostera, con casi nada, el partido del año. Y poco más que
contar.
No voy a dudar de la
profesionalidad de nadie. Ni voy a creer noticias que no estén contrastadas. No
pensaré nunca que un solo jugador del Zaragoza no ha querido ascender. No me lo
creo. He sido jugador y entrenador. Y después periodista. Y no he visto nada
raro en mi vida. ¿Puede pasar? Sí, claro. No lo voy a negar. Pero mientras no
tenga pruebas, no voy a denunciar amaños ni tejemanejes. Y tampoco me voy a escudar
en conspiraciones arbitrales, pese al daño que hicieron López Amaya en Soria y
De la Fuente Ramos frente al Nàstic en La Romareda.
Durante gran parte de la
temporada soñamos, quizá porque, pese a no jugar bien, los fallos de los demás
dieron lugar a que el Zaragoza nunca se descolgara. Pero siendo sensatos y
leales al escudo que todos llevamos tatuados en el alma, el Zaragoza nunca ha
sido un equipo. Sí ha tenido varios jugadores buenos, interesantes, pero nunca
ha sido un equipo. Creo que el Zaragoza ha tenido una buena plantilla este año,
siempre con matices, pero ni Popovic ni Carreras, refuerzos de invierno
incluidos, han sabido dar estructura y coherencia de juego.
Y es en estos momentos, dos días
después de la deshonra que vivió nuestro escudo, cuando recuerdo a Rubén Sosa y
su gol al Barça en abril de 1986, cuando revivo el gol de Nayim al Arsenal el
10 de mayo de 1995. Porque sí, porque yo estuve en París. Y también en
Montjuic, cuando un zapatazo de Galletti sirvió para derrotar al Real Madrid de
los galácticos y traer “otra copica pa’la Pilarica”. Yo estuve en Zaragoza una
noche en la que Diego Milito y Ewerthon le metieron seis goles al Madrid. Por
el contrario, también viví en primera persona el descenso de Villarreal. Y
sufrí con la final de Copa que un tal Urío Velázquez regaló al Madrid en 1993.
Y la que se perdió frente al Espanyol. He reído, he gozado y he sufrido. He llorado
de alegría y de tristeza.
Ya sé que suena a tópico, pero
precisamente porque directivos, entrenadores y jugadores están de paso, y
porque el escudo y esta camiseta siempre estarán en lo más alto, los
zaragocistas estamos obligados a levantarnos y a seguir apoyando al club que
amamos. Debemos seguir cantando con todas nuestras fuerzas el himno que unos
pocos, entre lágrimas y sollozos, gritaban a los cuatro vientos el pasado
sábado en Palamós, cuando el marcador ya reflejaba el contundente 6 a 2 y el partido
moría al mismo ritmo que nuestra ilusión y nuestra esperanza.
Hoy,
sumido aún en la amargura de lo que sucedió el pasado sábado, sé que somos
especiales, que los zaragocistas estamos hechos de buena pasta, que disfrutamos
de los triunfos y que sufrimos con las derrotas. Pero siempre, siempre nos
crecemos en la adversidad. No es un tópico: Zaragoza y el Real Zaragoza no se
rinden. Zaragoza y el Real Zaragoza son y serán inmortales.
José Antonio López Arilla
Twitter: @jalopezarilla
Instagram: josean_lopez